21 de octubre de 2012

Dos páginas en lienzo



No creo en las fronteras que dividen la infancia de la adultez. No creo en la superioridad de pensamiento que aparentemente el tiempo acredita a quien ya vive cansado. No creo en la sabiduría sin sonrisa. No creo en el juego quieto y estandarizado. No creo en hacer lo que se debe… ¡creo en hacer lo que se ama!

¿Qué nos hace vivir sino la infancia, ese pequeño segundo imperceptible en el que nos permitimos ser todo y nada al mismo tiempo, ese momento clandestino en el que la torpeza tiene derecho a hablar? ¿Qué nos hace vivir sino la contundencia de la época en la que nos inventamos por primera vez, en la que existió nuestro primer y honesto “yo”?

Cada nueva experiencia pasa por el umbral lúdico que un día nos forjo la infancia, y es ese instante el que hace de cada encuentro algo memorable. Qué es el sexo sino adultos jugando a explorarse, qué es el miedo sino la charla con un amigo imaginario, y el silencio, y la fe…