9 de agosto de 2020

Pincelada de sonidos


Pincelada de sonidos

Por Sozapato - Artista visual



¿Cuántas formas de habitar un lugar existen?... La lógica diría, que tantas como seres hay en el mundo, pero ¿realmente, cada uno de nosotros (los humanos), nos permitimos experimentar un espacio geográfico con toda nuestra gama de posibilidades reflexivas y sensoriales? ¿nos damos ese permiso cada vez que habitamos un espacio? ¿o seguimos la inercia colectiva, creyendo que “la norma” es nuestra experimentación individual?

Desde mi experiencia profesional, aprendí que el arte genera preguntas relevantes en espacios de libertad. Es cuestionarlo todo (y sabernos libres de hacerlo), para reactivar el dinamismo de los pensamientos, emociones y reflexiones, en el afán de descubrir nuevos caminos que ayuden a pulir, permanentemente, la sociedad contemporánea. A través del arte descubrí la singularidad individual como fuerza de un tejido social más respetuoso. Y a través del arte, es que me entiendo, me traduzco y existo.

Así llegue al Parque Nacional Yasuní en agosto del 2019, como integrante de la Residencia Artística Voces del Bosque; “hippie”, emocionada, reflexiva, cuestionadora, artista, dispuesta a sentirlo todo… y aun así descubrí, a los pocos minutos, que realmente no estaba preparada para el “bofetón de vida” que sería esta experiencia.

Paola Moscoso, nuestra bióloga guía, ecoacústica, nos arrebató la seguridad citadina al pedirnos, reiteradas veces, cerrar los ojos en medio del bosque. Escuchar, sentir el sonido y ver más allá de lo que alcanza la mirada, me hizo entender lo poco que me había permitido habitar (realmente habitar) en todo este tiempo. Y es que este lugar es así; evidencia la verdad de manera aplastante.

Recuerdo que los cantos de las aves me envolvían ¡pude sentir su espesor y calidez! El grito de los monos se disfrazaba de viento, de marea, de avalancha, de fantasmas... Las cigarras eran las reinas del lugar: intimidaban al cantar y cuando callaban, daba mucho miedo. Había sonidos que parecían extraterrestres. Unos pájaros sonaban a “gota de agua gigante” (la oropéndola) y otros, a ladrido de perro (el cacique imita todo lo que escucha) Había lechuzas que “lloraban al amor perdido”, ranas improvisando canciones de hip hop y sapos que gruñían como dinosaurios. Se escuchaban “risas de Guasón” a lo lejos (pájaros y ranas),  árboles gigantes respirando al compás de las hormigas… Y a unos metros de toda esa magia, cerca de la entrada al Parque, decenas de lanchas ensuciaban el aire con el sonido de sus motores, gasolina derramada a pocos metros de los delfines, zonas de tierra sin árboles ni cantos, fundas de basura atoradas en las orillas del río Napo, zumbidos en los bloques petroleros y tintineos de botellas de cerveza junto al supermercado "bien abastecido" de alimentos chatarra, en la comunidad cercana.

Que torpe e impotente me sentí al terminar el viaje. La experiencia en el bosque fue asombrosa, pero la realidad tóxica del “progreso”, aplastante. Como artista de la residencia, debía desarrollar una pieza que proyectara la vivencia completa, pero ¿cómo plasmar la complejidad surrealista de los sonidos sin enfurecer por la eminente destrucción del espacio? ¿cómo denunciar lo que ya muchos decidieron ignorar?

En este viaje aprendí abruptamente, a “habitarme” de una forma extraña, pero tan orgánica, natural y abundante que no se sentía ajena. Habité tanto como me dejé habitar y terminé salpicada de vida, con solo una certeza; cualquier manifestación artística se quedaría corta al lado de la experiencia a tiempo real. Así que opté por rendirme, descartar las pretensiones e intentar salvar, en un mapa, la “pincelada de sonidos” que aun resonaba en mí.

Utilicé la expresión cartográfica para mostrar la interacción de los sonidos y sus complejidades particulares (agudo, grave, imperceptible, silencio…) sin perder la percepción personal, metafórica y simbólica, plasmada en las ilustraciones. Investigué sobre las especies de animales que escuchamos (sus nombres comunes, cantos e importancia en la comunidad) para estructurar la composición final. Las coordenadas, necesarias en el lenguaje de los mapas, me permitió situar al Parque en un “espacio energético” a partir de directrices geográficas de una leyenda espiritual. Y a través de los textos técnicos, referentes al territorio analizado, pude denunciar: “…No se ha considerado la influencia sonora de los bloques petroleros 14, 15, 16, 17, 31 e ITT, actividad petrolera que ocupa, actualmente alrededor del 50% del Parque Nacional Yasuní.”

Con suerte, “Yasuní - Cartografía sonora” (la obra) me permitirá no olvidar la experiencia, será el testimonio de lo que aún vive en ese lugar, interpelará la actitud del espectador frente al espacio geográfico y su situación de vulnerabilidad, invitará a decodificar (jugar) esta red gráfica-metafórica y quizá también pueda provocar el anhelo, en quien la mire, de creer y crear una nueva forma de habitar el mundo, más respetuosa; consciente de lo sagrada que es la tierra (Yasuní = tierra sagrada).

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